Ayer miércoles 7 de abril me uní a varios compañeros de mi facultad para ver la sentencia en la sala de grados de ciencias sociales, que se habilitó luego de que el auditorio alcanzara su capacidad máxima. Estaba algo preocupado, nervioso. Sabía que estaba presenciando un momento de la historia. Me preocupaba que a pesar de todo la sentencia no recogiera en su totalidad la autoría de Fujimori, sino sólo lo condenaran por "omisión". Pensaba que eso sería una injusticia a la forma en como se dieron los hechos.

Sin embargo el tribunal estuvo a la altura, la sala lo encontró culpable de todos los delitos en calidad de autor, sin encontrar a su vez ningún tipo de atenuante. Por lo tanto, le correspondía la pena máxima contemplada por las leyes de ese entonces, 25 años de prisión.

Era algo que no podía creer. No pensé verlo tan joven. No pensé verlo en mi último año de la universidad. No tan rápido. Cuando entré a la universidad convencido de que debía convertirme en un periodista como Hildebrant, luchando con toda su convicción contra la injusticia, no pensaba que tan sólo 6 años después Fujimori sería condenado. No lo pensé posible tampoco cuando iba a protestar a la embajada del Japón o de Chile, pidiendo su extradición. Y mucho menos cuando regresaba de ellas y mi madre se molestaba diciéndome que perdía mi tiempo.

No perdí mi tiempo. Ni yo ni los miles de peruanos que protestaron contra Fujimori. Ni mucho menos los familiares que lucharon incansables para que se reconozca la inocencia de las víctimas. Quizás hayan sido actos símbolos nada más, no lo se. Sólo se que esperábamos justicia. Y ayer se hizo justicia en el Perú.